jueves, 13 de agosto de 2009

CRÓNICAS XALAPEÑAS

CAPÍTULO 4: UN INSTANTE IRREPETIBLE


VIERNES 13 DE AGOSTO


El Jazz Fest entra a su penúltima jornada; esta noche se presentarán los actos más relevantes del evento: la entrega de la medalla “Juan José Calatayud” al pianista, arreglista, compositor y maestro Jorge Martínez Zapata; el concierto de la Panamerican Big Band, dirigida por Rufus Reid y la entrega de becas a los alumnos más destacados. Todo ello en el Teatro del Estado. Es también el día en que los integrantes de Radio Jazz se reúnen.


Diez de la mañana. Desvelados y sin desayunar nos encontramos en el Lobby del hotel sede Jorge Fernández de Castro, José Janeiro y Pablo Argüelles, del programa Solo Jazz de Radio BUAP; Germán palomares Oviedo de Radio UNAM y yo. Tenemos entrevista con Jorge Martínez Zapata. El maestro potosino se aparece de muy buen humor mientras nos alimentamos frugalmente. El ir i venir de músicos se incrementa, pues muchos de ellos ya se tienen que ir a sus clases; otros se disponen a regresar el DF, es el caso de la Big Band que actuó anoche, y de Gala Stohler, que vino a Xalapa a promover su proyecto B & V.


Jorge Martínez Zapata contesta a todas nuestras preguntas y se extiende en sus comentarios. Es un hombre preocupado por la educación en el país y así lo refleja no sólo esta conversación sino su labor docente que rebasa los 40 años de servicio. El maestro es autor del único libro educacional sobre jazz que existe en nuestro país; también ha traducido a diversos autores norteamericanos. Desgraciadamente, no podremos escucharlo tocar esta noche, pues el pianista tiene un esguince en el dedo medio de la mano derecha.


Luego de hacernos las fotos de rigor, la banda de Radio Jazz partimos al ISMEV, donde sostenemos una charla de trabajo. El futuro de esta asociación y los retos que presenta la difusión del jazz en nuestro país son algunos de los temas abordados. Al final, las conclusiones son buenas y las expectativas amplias. Fortalecer, enriquecer y profundizar nuestro trabajo es una de las prioridades. Dando la hora de comer regresamos al centro de la ciudad, pero yo decido irme al hotel; un terrible dolor en el hombro y brazo derechos me está matando; siento un calor que me recorre, punzadas agudas en el antebrazo y una sensación de malestar muy intenso. Pablo me regala una aspirina pero el dolor no cesa. Me olvido de comer y me quedo dormido.


Me despierto con una sensación de ansiedad; no sé qué hora es y me aterra pensar que ya es demasiado tarde para el concierto más importante del Festival. Afortunadamente no es así y corriendo entre el tráfico alcanzo a pescar un taxi que me lleva volando al Teatro del Estado. Entre el malestar y el sueño he olvidado recargar mis baterías. Rezo para que me duren todo el concierto.


Rufus Reid le ha cambiado la cara a la Panamerican Big Band, este ensamble que se arma con los mejores alumnos del seminario y que en tiempo récord -5 días- han montado un repertorio complicadísimo. Los arreglos del contrabajista norteamericano son muy hermosos, el uso del color, el manejo del tiempo y un sentido del swing muy especial hacen que la Big Band suene muy distinta a años anteriores. A la exuberancia del Latin Jazz, muy presente en la big Band en otros años, Rufus Reid contrapone atmósferas oníricas, ramalazos de funk, mucho sentido del humor y por supuesto, el blues, que no podía faltar a la cita. Las intervenciones solistas de Matt Marvuglio, Ken Cervenka y Marco Pignataro coronan el festín musical.


En el intermedio se entrega la medalla “Juan José Calatayud” a Jorge Martínez Zapata, quien la agradece con modestia y disculpándose por no tocar esta noche. Quienes sí lo hicieron fueron Rufus Reid y el pianista Enrique Nery. Basándose en una composición del contrabajista, el dueto creó un momento irrepetible en su belleza, uno de esos momentos en que el tiempo parece detenerse. El entendimiento es total; la química fluye y al final de la pieza el aplauso se retrasa una eternidad; todo estamos sumidos en el universo creado por estos dos maestros. El despertar es lento pero al final el aplauso es prolongado. No hay palabras para agradecer lo que acabamos de escuchar. La apoteosis llega cuando se suma Antonio Sánchez al conjunto. Un tema más para llevarnos de vuelta al viaje. (Entre una pieza y otra voy a la consola para checar la grabación. El corazón me da un vuelco cuando veo que el grabador está apagado. “Puta madre” digo y salgo corriendo a comprar baterías a donde se pueda. Afortunadamente me topo con un Oxxo justo enfrente del teatro. Compro las baterías y regreso como una exhalación. Hago el cambio y apenas alcanzo a grabar la mitad del tema a trío. Más tarde, en el hotel, reviso las grabaciones y me doy cuenta de que lo único que no se grabó fue el dueto de Rufus y Enrique. Sonrío y agradezco la ironía. Ese momento mágico tenía que ser forzosamente irrepetible.) La Big Band regresa relajada y lista para comerse al público. Lo logran con dos arreglos magistrales de Rufus al clásico de Thelonius Monk ‘Round Midnight y al tema original City Slicker. Así llega el final del concierto. Una noche muy emotiva que resume el trabajo de diez años del Jazz Fest.


La fiesta continúa pero yo me escabullo; me voy a casa de Lucio Sánchez a festejar el cumpleaños de su chava, Claudia y a continuar la charla con Guillermo Cuevas y mis nuevos amigos xalapeños. La jornada termina bien entrada la madrugada del viernes. El Jazz Fest está terminando demasiado rápido. El domingo me regreso a Oaxaca pero yo todavía no me quiero ir.

Ox




Entrevistando a Jorge Martínez Zapata


Panamerican Big Band



EL CANSANCIO


Son las dos de la mañana, me duele terriblemente el hombro derecho y quiero dormir, pero el sueño se escapa. Voy a apagar la luz; la crónica de este día que termina la escribiré mañana, cuando el cansancio y las emociones dejen de pelearse con mi cerebro.

Sólo diré: maravillosa música la de esta tarde; eso y palabras dulcemente amorosas que aún tintinean en mi almita fatigada. Hasta mañana, compañeros.





CAPÍTULO 3: HISTORIAS Y ANÉCDOTAS


JUEVES 13 DE AGOSTO


Mi tercer día en la ciudad es también el más agitado. Comienza muy temprano, pues debo cambiarme de hotel debido a complicaciones imprevistas. Quiero hacerlo rápidamente, así que lleno la maleta con mis chivas, me calo una gorra, entrego la llave, camino dos cuadras y ¡listo!, ya estoy en mi nueva habitación. Tengo que apresurarme porque hoy comienzo las entrevistas con los profesores del Seminario.


El Instituto Superior de Música del Estado de Veracruz (ISMEV), ubicado en las afueras de la ciudad, deslumbra desde su diseño arquitectónico y su funcionalidad. Nada más al llegar ya se respira un ambiente de entusiasmo. En los salones los estudiantes toman sus clases, escuchando con atención a los maestros y participando activamente. Todos deseando llevarse a su ciudad de origen cada palabra, cada nota, cada consejo de los maestros que tienen delante.


Después de unos minutos de espera aparece Marco Pignataro, siempre correctamente vestido, con el saxofón en ristre y una sonrisa a flor de labios. Lizette, la trabajadora voluntaria, me da luz verde y la entrevista comienza. Quince minutos después Marco se despide con cortesía, pues su clase debe comenzar. Salgo a los pasillos y para mi fortuna Antonio Sánchez se está tomando un break. Al parecer tiene algún malestar y no le hace mucha gracia la idea de ser entrevistado, pero accede con la condición de que la charla sea breve. Yo trato de ser prudente pero a medida que avanzamos se va relajando. Luego de unos minutos terminamos y tras la foto del recuerdo le dejo continuar.


Apenas estoy cerrando la puerta cuando veo al maestro Ken Cervenka fumando en el patio exterior; sin medir consecuencias y haciéndome el valiente lo abordo y con mi vocabulario de tres palabras lo entrevisto. El trompetista es benevolente y me contesta todas mis preguntas, incluso, manda saludos a The Sixth Continent, y me pregunta dónde está Oaxaca. Es la primera vez que Ken viene a México. Mr. Cervenka se termina el cigarro y se despide, pero justo entonces se cruza mi querido amigo Javier Cabrera. Me está contando de su nuevo proyecto llamado Repercute, y yo ya estoy sacando el grabador; una entrevista más está hecha.


Enrique Nery sale de su aula para tomar un jugo; le sigue un pianista que viene de Nayarit, un hombre ya mayor, y mi paisano de Oaxaca Manuel. El nayarita escucha a Enrique con devoción casi religiosa; más tarde me contará su deseo de fusionar la música de los indígenas coras con el jazz. Al parecer el concepto mexicanista de Nery le voló la cabeza. “ahí va un recién converso”, musito para mí.


“Qué pasó tocayo, ¿todo en orden?” oigo entonces detrás de mí; es Javier Flores Mavil, el cerebro y corazón que anima este Seminario. Siempre atento, siempre cuidando cada detalle. Javier es incansable y su esfuerzo, al lado del de su equipo, ha permitido que estemos aquí después de 10 años. “Todo bien, gracias” le respondo, y me doy cuenta que hice mi trabajo en tiempo record. Es hora de regresar al centro.


La tarde le pertenece a Guillermo Cuevas, el iniciador del jazz en esta ciudad, que me ha citado en La Parroquia para contarme cómo carajos Xalapa se convirtió en el centro neurálgico del jazz de provincia. La conversación se prolonga por más de dos horas. En algún momento Lucio Sánchez y Claudia su compañera se suman. Los recuerdos fluyen, las anécdotas van asomándose en la conversación de Guillermo, un hombre fascinante en cuya modestia no cabría nunca el título de “iniciador”; pero lo es, sin duda alguna. La charla está tan sabrosa que nadie se da cuenta que ya pasó la hora del concierto de la Big Band Jazz de México en el Teatro del Estado.


Salimos al frescor de la noche xalapeña y apenas alcanzamos a escuchar el encore del ensamble que dirige Ernesto Ramos. Terminado el concierto, la banda de Radio Jazz comienza a juntarse en el lobby. Han llegado Jorge Fernández, Pablo Argüelles y Pepe Janeiro de Puebla; por ahí anda Ernesto Márquez de La Jornada; Germán Palomares está en los camerinos, saludando a los músicos. A Luis Barria no lo vemos pero aparecerá en cualquier momento. Mañana nos juntaremos para comentar las vicisitudes del oficio, hacer más entrevistas, presenciar alguna clase y transmitir en vivo una vez más desde La Távola.


La medianoche nos sorprende a Lucio, Claudia, Lucio Gallegos y otro amigo cenando con Guillermo en la otra Parroquia, la de la avenida Camacho. Anécdotas sabrosísimas e impublicables salen de la prodigiosa memoria de Guillermo. No quisiéramos irnos pero los meseros casi nos están corriendo. Es la una de la mañana de un viernes que promete estar bastante agitado. Hay que dormir, pero antes hay que postear las impresiones de esta jornada antes que el sueño llegue. Me digo "buenas noches" y también se lo escribo a mi amiga de Oaxaca con la que he conversado todo el día en esporádicos mensajes de celular. Ella me escribe “Besos, que descanses” y es lo último que leo, antes de caer rendido en la cama de mi nuevo hotel.


Ox



Antonio Sánchez y su clase


Estampa del ISMEV



CAPÍTULO 2: GRATOS REENCUENTROS


Miércoles 12 de agosto


Me levanto temprano para editar el programa que pasará mañana. En Oaxaca ya no tuve tiempo, así que tengo que hacer la tarea desde aquí. Termino y me voy volando a mi primera cita del Jazz Fest; tendré una charla con el querido colega y maestro Germán Palomares Oviedo, conductor del programa “La música que hace la diferencia” en Radio UNAM, productor, promotor, periodista y pieza fundamental del jazz moderno en México. La noche anterior habíamos quedado para una entrevista. Yo entendí que sería él mi entrevistado, pero el asunto fue exactamente al revés.


Germán me entrevista para su programa y yo agradezco el honor, pues lo considero un referente para las nuevas generaciones de difusores del jazz en nuestro país. Mientras escucho sus preguntas y observo el interés con el que sigue mis respuestas, todo este asunto de vivir para el jazz cobra sentido: las largas noches de soledad, los viajes, las ciudades a las que uno va sólo para presenciar un concierto, los soliloquios a la hora de redactar la nota, las dudas permanentes sobre por qué carajo me dedico a este oficio. Se siente bien saber que lo que uno hace interesa a alguien más; es muy grato reconocerse en el colega que me pregunta cosas. Mi sensación es la misma de cuando conocí a Juan Claudio Cifuentes el Cifu en Madrid. Somos parte de algo más grande que nosotros: esta hermosa música que atraviesa las fronteras y borra cualquier diferencia.


A la charla se unen otros amigos: Enrique Nery, extraordinario pianista y legendario maestro que me tiene prohibido hablarle de usted; Alberto Moreno, quien tocará esta noche al frente de la Big Band de Oaxaca; la hermosa cantante Gala Stohler. Afuera, un extraño barullo crece, es hora del futbol y el lobby del hotel comienza a llenarse de camisetas verdes, señal inequívoca para huir.


El reencuentro con Claudina, la arquitecta resulta cálido. Mi querida amiga de Oaxaca y su compañero, el baterista Rolando Alarcón comparten conmigo la comida, la charla y el inevitable partido México-EU. Lo único bueno del asunto es que en Xalapa el tráfico pareció detenerse, aunque horas más tarde el ruido de los claxons se hizo insoportable. La noche se cierra con café, pizza y transmisión en vivo en el programa “El jazz bajo la manga”. Su conductor y productor, el entrañable Luis Barria, comparte conmigo y con la arquitecta los micrófonos. Estamos en La Távola, un patio acogedor que recibe esta noche a los ensambles armados por los maestros del Seminario. La música es extraordinaria, una particular electricidad circula en el ambiente.


La fiesta se prolonga hasta la madrugada. Otra vez los abrazos y los reencuentros. Lucio, Javier Cabrera, Aleph Castañeda, mi querido amigo y compañero en Nine Rain Oscar González. La noche se volvió amanecer y por ahora me perdí las perseidas… Ya veremos mañana.


Ox





Germán Palomares Oviedo

De camino a La Távola, un rincón xalapeño


La arquitecta y Luis Barria, listos para entrar al aire



CAPÍTULO 1: EL PODER DE UN ABRAZO


Martes 11 de agosto


Es mi primera noche en Xalapa; noche cálida, apacible. Estoy en la habitación de mi discreto hotel de la calle Bravo, en el mero centro de la ciudad. Acabo de regresar del concierto que ofreció el grupo oaxaqueño Maximun Sax en el marco del Jazz Fest. La música fluyó lánguida y a ratos saltarina, un poco a contrapelo del escenario en el que fue interpretada, un salón de fiestas desangelado y frío.


Fue un viaje largo, pero al fin estoy aquí; reconozco y me reconozco en estas calles que me han visto caminar desde hace muchos años; calles estrechas arropadas por la niebla, silenciosas en la medianoche de una jornada llena de emociones y reencuentros. He vuelto a abrazar a los viejos amigos; me he topado con los jazzeros oaxaqueños que vinieron en tropa y hacen bastante ruido; los colegas de la radio, los melómanos, los profesores; todos haciendo posible esta fiesta musical, y arropándome cálidamente en estas horas de cansancio mental que me agobian en los últimos días.


Llegué a Xalapa envuelto en el poder de un abrazo que me dio fuerzas para continuar, justo cuando ya no sabía cómo hacerlo. A esos brazos que me hicieron tanto bien, que aún me reconocen a pesar de mis tropiezos de viejo tapir, están dedicadas estas líneas.


Me apresto pues a comenzar este periplo xalapeño; días que serán de jazz pero también de largas caminatas; días de café en La Parroquia, de lecturas bajo los centenarios árboles del parque de Los Berros; tardes enteras dedicadas a charlar con los hacedores de esta maravillosa música que aún consigue conmoverme y que salva mi almita de las voces oscuras que quieren habitarme. Desde aquí, desde la medianoche silenciosa y con la emoción de un reencuentro que me llena de vida estaré escribiendo, tratando de tirar un cable a tierra, intentando poner en palabras lo que significa estar aquí, en Xalapa, mi segunda casa.


Ox



De camino, el Pico de Orizaba


Maximun Sax en el Jazz Fest